Cosas que escucho en el bus

En el bus por decir un sitio; en la cafetería, en el aeropuerto, en un ascensor… No sé si alguna vez se han parado a escuchar a la gente. Yo sí lo he hecho, y les puedo asegurar que, en más de una ocasión —y dicho sea de paso, sin proponérmelo de forma especial— he oído cosas que sin duda podrían ser aprovechadas en contra de quien las dice, ya sea personal o profesionalmente. En otras palabras, volvemos a lo de siempre: las personas suelen ser el punto más débil de la seguridad.

Sin llegar a extremos (nunca he oído a alguien en el ascensor de un edificio de negocios decir algo del tipo “Mi clave es X” —N.d.E. Yo sí lo he oído, en la calle a viva voz, a propósito de una contraseña caducada—), los comentarios que en mayor o menor medida hacemos al salir de una reunión, al salir de la oficina o al tomar un café con un compañero pueden suponer un peligro para nuestra seguridad. Los típicos “Este Z, que se apunta las claves en la PDA”, “A Y le haré un 10% de descuento porque es buen cliente”, “Te has enterado del robo del portátil de X”… pueden ser sin duda un serio problema de seguridad para cualquier organización. Y es que todos estamos expuestos, cada día más, y en determinados lugares aún más todavía, a un shoulder surfing auditivo (lo que en castellano plano llamaríamos cotilleo) que implica riesgos a controlar en la organización.

Había una página estadounidense (no recuerdo la URL) que venía a llamarse “Cosas que oigo en el autobús” o algo así, en la que gente anónima enviaba posts diciendo lo que había oído comentar a unos tipos, y por supuesto dando el mayor número de detalles de la conversación (lugar, hora, zona, descripciones físicas, referencias a terceros mantenidas…); sin duda un arma de doble filo, pero un arma al fin y al cabo. Sin llegar a estos extremos, pensemos lo siguiente:

— El ascensor del edificio del cliente, en el que me encuentro al salir de una reunión comentando los resultados con mi compañero, tiene un micro.
— El taxista que me devuelve a la oficina, después de una dura negociación de precios con un cliente que estoy detallando a mi jefe por el móvil, trabaja para ese cliente.
— El chico del restaurante del centro de negocios memoriza todo lo que puede de las conversaciones que tenemos durante el almuerzo.
— …

Asusta, ¿verdad? Bien, pues es algo que, aunque a veces suene a película, se hace. Y más de lo que podamos imaginar (sobre todo si trabajamos para sectores como banca, seguros, defensa…, o para empresas con una fuerte competencia). Evidentemente, si vamos a un congreso del sector todos tenemos precauciones en los comentarios que hacemos con el que se sienta al lado o en las conversaciones por el móvil; al fin y al cabo, sabemos de antemano que el congreso está trufado de competencia, posibles clientes, partners, etc. Pero esas precauciones debemos tenerlas también en la cafetería, el ascensor, el gimnasio o el autobús.

¿Qué hacer contra esto? Dos medidas básicas: por un lado procedimientos (políticas, normativas, estándares… como les queramos llamar) que alerten a toda la organización de estos peligros y de qué podemos o no podemos decir en un sitio público, y por otro sentido común a la hora de hablar, dónde hacerlo y con quién. Con estas dos medidas sería suficiente para mitigar en buena parte un riesgo que en pocas ocasiones consideramos como tal.