Tecnología punta

Hace bastantes años (1971) que me dio por aprender informática, materia entonces apenas conocida por el gran público. Me encantaba pararme a mirar cómo giraban los carretes de cinta magnética en sus unidades encristaladas o cómo se leía una caja de tarjetas perforadas en un instante, aquel tremendo bicho que se veía en las oficinas de IBM en la plaza de la Porta al Mar (Valencia), con un centro de proceso de datos que tenía una fachada de cristal que daba a la acera de la plaza. Desde allí, veía un IBM 360 con su lector de tarjetas y cinta perforada, sus unidades de disco más grandes que una lavadora sus unidades de cinta magnética, tremendos carretes de cinta de 9 milímetros de ancho y también una impresora enorme, que se comía las cajas de papel continuo a una velocidad endiablada. Todo aquello, atendido por dos operadores que vestían su bata blanca y gestionaban el sistema a través del teclado y el papel impreso de una máquina de escribir IBM eléctrica, de bola. Todos los caracteres estaban moldeados en una bola de plástico que giraba sobre dos ejes para poner el carácter solicitado frente a la cinta entintada y ¡zas! le arreaba al papel y allí quedaba impreso.

El caso es que me inscribí en un curso de programador de aplicaciones para el sistema IBM citado que daban en una escuela privada, en lenguaje ensamblador, de la que conservo el diploma correspondiente. La casualidad hizo que mi primer y único programa hecho durante ese curso lo fuese a compilar y probar en el citado ordenador que tanto tiempo había admirado. Cuando me senté junto al operador de bata blanca y la gente me veía desde la calle, me sentí privilegiado por manejar aquella nueva cosa: la informática, consiguiendo crear un programa para aquella enorme máquina siguiese y ejecutase mis instrucciones. Ahí terminó inicialmente mi relación con el IBM que tanto admiraba.

Después de hacer otros tres cursos de programador, cada uno en su propio ensamblador, otra casualidad me llevó a trabajar justo en la oficina de al lado de donde estaba IBM, en el primer piso del mismo edificio. Allí estaba Nixdorf Computer, una empresa creada por el señor Heinz Nixdorf en Alemania con sucursales en España y que fabricaba y comercializaba sus propios computadores. En realidad el que yo comencé a gestionar era más bien una gran facturadora, pero tenía su sistema operativo, su lenguaje ensamblador propio y sus dispositivos de entrada y salida de información. La consola de la Nixdorf 820/15 era una máquina de escribir IBM idéntica a la del sistema 360 y esto lo aprovechaban los comerciales de la casa para convencer al cliente de que aunque compraban un computador de su marca, en realidad era un IBM más económico (cosas de aquellos tiempos). La verdad es que se lo merecían porque cuando entraban por la puerta o llamaban por teléfono, decían que querían información para comprar “una IBM”. La palabra ordenador o computadora no era fácil para ellos, era más sencillo hablar de una IBM.

Ha pasado mucho tiempo desde aquello y ahora, en la sala Idea de las oficinas de S2 Grupo en Valencia, junto a los viejos equipos que allí se exponen, hay dos cajas metálicas de tamaño folio y unos cinco centímetros de grosor que contienen el sistema operativo de la Nixdorf 820/15 en una y la definición de la base de datos del cliente en la otra. Esta última lleva dos bandejas con orificios alrededor de los cuales se hacía pasar un hilo, bien por arriba o por abajo, para que una vez situadas las bandejas en la placa, los núcleos de ferrita que pasaban por los orificios hicieran su trabajo al generar un cero o un uno binario según el pulso de corriente que pasaba alrededor.

Así funcionaba este sistema y a esta “memoria cableada” la llamaban “memoria fija” y su capacidad máxima era de 1024 bits (no bytes) ya que además las instrucciones en lenguaje máquina que el sistema gestionaba tenían un formato como este:

|_,_,_|_,_,_,_|_|_,_,_|_,_,_,_|_,_,_,_|

|Comando...|I| Dirección de memoria|

Es decir, 3 + 4 bits para el comando (0.0 a 7.F), 1 bit de índice (0 o 1), y 3 bits + 4 bits + 4 bits para la dirección de memoria (0.0.0 a 7.F.F)

Los programas se escribían en un ensamblador propio, se perforaban en tarjetas de cartulina de 80 columnas, se compilaban y depuraban los errores y finalmente se pasaban a fichas de banda magnética (tamaño A4 con perforaciones para el arrastre en ambos lados y una banda magnética impresa en su derecha), donde se almacenaban programas y datos de clientes, productos, etc. Es decir, la base de datos estaba en registros y cada registro en una ficha física. La seguridad de los ficheros (se llaman así porque se componían de “fichas”) dependía de quién custodiaba la llave del archivador de fichas.

La base de datos se definía manualmente: se perforaba en tarjeta de 80 columnas, se compilaba y una vez correcta, se perforaba en una cinta perforada, que era un carrete de cinta de papel donde se perforaban las imágenes de los cableados de las placas que he citado. Se ponía la cinta en un proyector con luz interior, se ponía la placa encima y donde pasaba la luz, se cableaba un uno, donde no había luz, se cableaba un cero, pasando el hilo de cobre por encima o por debajo del orificio correspondiente. Es difícil de concebir para alguien que no haya tenido relación directa con ello.

Lo bueno del sistema es que la estructura de los ficheros (iba a decir la base de datos, pero no, no lo era), quedaba cableada para siempre o hasta la siguiente modificación, así que había que afinar mucho en su definición. Lo malo era que si fallaba un cable había que parar la máquina hasta volver a soldarlo.

El acceso a los registros de los ficheros era directo: el operador buscaba la ficha en cuestión y la introducía en el lector a mano. Se leía, se imprimía el movimiento correspondiente sobre ella y se actualizaba la banda magnética, luego se devolvía a su sitio. Otro acceso era el secuencial, para obtener un balance o un listado de clientes, productos, etc. En este caso se iban introduciendo en secuencia una a una.

Bendito invento fueron los cassettes de cinta magnética, donde cabían un montón de fichas, peeeeeero… no había posibilidad de acceso directo, solo secuencial. Al final aparecieron los discos magnéticos, pero esa fue otra historia.

A continuación hay algunas de las fotos de las placas que mantenemos en la sala Idea como parte de la historia de la informática que hoy es otra cosa; un smartphone tiene 100 veces más capacidad de proceso y memoria que el módulo de alunizaje del Apolo 11. Todo el mundo pretende saber mucha informática, pero normalmente no han visto una tarjeta perforada ni las han leído mirando las perforaciones contra la luz de la ventana, ni tampoco han depurado programas leyendo vuelcos de memoria en papel, en hexadecimal binario, ni tampoco van con bata blanca. Pues eso, que es otra cosa.

Comments

  1. Ciertamente, ¡qué tiempos! Yo soy un modelo menos antiguo, así que no he trabajado con tarjetas perforadas, sólo nos las dejaron ver en la universidad, así un poco de lejos.
    Algo antes, empecé con esos primeros PCs con pantalla fosforito que te dejabas la vista y sin disco duro, así que tenías que ponerle un disco de 5.25” para arrancar el MSDOS, luego otro para arrancar el compilador y por último otro para arrancar el programa que estabas haciendo.
    Me has hecho recordar muchas cosas, gracias.

  2. ¡Qué buen relato!