La historia del ermitaño

Fulgencio estaba muy preocupado por su privacidad. Pero mucho mucho. Para él, mantenerse al margen de las grandes corporaciones y de los gobiernos que espían los movimientos de los ciudadanos en la red era vital.

Era feliz con su Nokia-ladrillo sin internet. No estaba registrado en ninguna red social. Navegaba siempre en modo incógnito. Nunca comentaba en foros y webs con su nombre real, ni manejaba ningún tipo de información personal en la red. No le importaba hacer todos los trámites con su banco en persona aunque tuviera que ceñirse a los horarios estrictos y aguantar media hora de cola. Por supuesto, jamás hacía compras online.

Hacía todo lo que estaba en su mano para mantener su privacidad a salvo. Y estaba contento con ello.

Sus amigos lo llamaban “el ermitaño” pero seguían estando en contacto con él. Tuvo la suerte de que no le dejasen de lado por no tener una aplicación de mensajería instantánea que utilizaban para planear las actividades en grupo. Siempre había un alma caritativa que le llamaba y le avisaba de los planes.

Cuando intentaban convencerle de que se registrase en una red social para estar al día de las vidas de sus amigos siempre respondía: “no necesito ver tu comida cada día, ni saber cuántos kilómetros has corrido cada mañana. Si quiero ver vídeos de gatitos puedo buscarlos por mí mismo. Estoy bien así”.

Y lo estaba. No le faltaba nada, y encima dormía muy tranquilo por las noches pensando que era un fantasma para el gobierno de Estados Unidos y que él controlaba su información.

Hasta que un día le dio por buscar su nombre en Internet, convencido de que el buscador mostraría cero resultados.

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Casi se le sale el corazón del pecho cuando vio múltiples referencias a su nombre, incluso fotografías. Su cara sonriente en mitad de la pantalla con su nombre bien visible a su lado.

Encontró la lista de participantes y tiempos obtenidos en varias carreras populares que había corrido en los últimos años y pensó “oh vaya, ahora cualquiera puede saber que me gusta correr, y puede saber cómo lo hago según los tiempos que he obtenido en las distintas carreras”.

Encontró los ponentes de un congreso en el que había participado en una universidad de su ciudad, en la que aparecía su nombre junto al tema de su charla y pensó “oh vaya, ahora cualquiera puede saber que tengo suficientes conocimientos sobre este tema como para dar una charla sobre ello en la universidad”.

Encontró la lista de admitidos en el curso de B2 de inglés de la escuela oficial de idiomas de su ciudad y pensó “oh vaya, ahora cualquiera puede saber qué nivel de inglés tengo y en qué ciudad vivo”.

Encontró un montón de fotos suyas en las que aparecía su nombre. Su amiga Luisa, con el Facebook completamente público, tenía la costumbre de subir a la red social fotografías de todos sus planes en grupo y etiquetar a sus amigos. Así que allí estaba él: en la boda de Javier y Teresa, jugando al pádel con Jorge, en la cena de cumpleaños de Luisa con un ridículo gorrito rosa y un gin tonic en la mano,… Y pensó “oh vaya, ahora cualquiera puede saber cómo es mi cara, saber qué cosas he hecho, dónde y cuándo. Esto ya pasa de castaño oscuro”.

Completamente contrariado, decidió llamar a su amigo Vicente para tomarse una cerveza y olvidarse por un rato del problemón en el que se sentía metido hasta el cuello. Ya pensaría después en cómo solucionarlo.

Todo iba bien hasta que Vicente decidió enseñarle su nuevo móvil y le contó: “ey mira, he actualizado mis contactos y ahora ya no perderé su información nunca más. Fíjate, tengo tu nombre completo, tu número de teléfono, tu correo electrónico, tu cumpleaños, tu dirección de casa, tu foto, tu dirección del trabajo y hasta tengo un campo de notas donde puedo tener apuntado cómo nos conocimos o cuáles son tus gustos para cuando tenga que hacerte un regalo de cumpleaños. ¿A que es genial?”.

Con los ojos como platos, Fulgencio no podía articular palabra. Toda su información personal que con tanto mimo y cuidado había mantenido apartada de Internet estaba ahora en la palma de la mano de su amigo, bien colocadita en los distintos campos que su Smartphone podía almacenar. Y si eso estaba en el Smartphone, por supuesto estaba en manos de la gran corporación que había detrás. Y si la gran corporación tenía esos datos, estaba claro que el gobierno de Estados Unidos también. A saber a dónde podía llegar todo eso.

Sin mediar palabra, Fulgencio se levantó y se marchó dejando su cerveza a medias. Estaba decidido a cambiar de teléfono, de e-mail, de casa, de amigos, de trabajo y de lo que hiciera falta. Mientras caminaba intentando aclarar sus ideas pensó “tanto esfuerzo para mantener mi privacidad a salvo y resulta que mis amigos almacenan mi información y la ponen al alcance de las grandes corporaciones que yo he intentado mantener al margen. O publican cosas en sus redes sociales en las que aparezco yo y cualquiera puede verlo. Y otras entidades que escapan a mi control también tienen mi información y aparece en Internet para cualquiera que la busque. Todo mi esfuerzo ha sido en vano”.

No seas como Fulgencio. Protege tu privacidad, es importante, pero no te conviertas en un ermitaño.

  • Configura adecuadamente tus redes sociales, y ayuda a tus amigos a configurar las suyas en beneficio de la privacidad de todos.
  • No regales tu información, sé cuidadoso con lo que publicas.
  • Ejerce tus derechos ARCO si es necesario.
  • Asegúrate de que la gente de tu alrededor sabe lo importante que es proteger la privacidad de todos.

Aislarse no soluciona el problema, concienciarse sí.