No era tan importante

Hace unas semanas un amigo me comentaba que, tras un incidente en el servidor en la nube que tenía contratado (servidor que utilizaba entre otras cosas como almacén para toda la documentación relacionada con su tesis doctoral), había perdido la totalidad de la información y se veía obligado a realizar el trabajo de nuevo. Mi primera frase fue “¿No tenías copia de seguridad…?”, creo que tratando de dejar a un lado la sensación de incredulidad que me había producido la noticia. No me había sorprendido que un servidor en la nube fallase, era que una vez más se cumplía el dicho, “En casa de herrero cuchillo de palo”.

Dicen que hay dos tipos de motoristas, los que se han caído y los que se van a caer. Esta frase, que he oído múltiples ocasiones, normalmente tras enterarme de algún accidente de algún conocido aficionado del motor sobre dos ruedas, es una frase que puede ser trasladada sin más a los sistemas de almacenamiento. Están aquellos sistemas que han fallado y los que van a fallar.

Haciendo memoria recordé otras ocasiones en las que amigos, o conocidos, se lamentaban de pérdidas de datos debidas, según ellos, a incidentes con los equipos o, incluso, por la falta de previsión del fabricante de los mismos.

Un caso, en el que precisamente el incidente se achacaba a la falta de previsión del fabricante del equipo, fue el de un amigo que decidió que había llegado el momento de hacer una instalación a estado de fábrica del ordenador familiar. Lamentablemente, no debió entender (ni leyó las advertencias) que ello implicaba que, tras la operación, el equipo quedaría tal como lo había adquirido y que, pese a su previsión de haber reorganizado el espacio en el disco duro para no tener los datos en la misma partición que el sistema operativo e incluso contar con una copia de seguridad de los datos realizada seis meses antes, las fotos familiares que guardaba en el mismo de la reciente celebración del primer cumpleaños de su retoño no era algo que el fabricante incluyese de serie. Todavía recuerdo su cara mientras se hacía a la idea de cómo contarle a su pareja que no había fotos. ¡Ah! En esta ocasión volvía a cumplirse el dicho de “En casa de herrero…”.

Los anteriores son dos casos en los que personas con conocimientos sobrados en cuanto a sistemas de información, han perdido datos que en teoría, les eran importantes. Y no siempre ha sido por fallos de sistema. No saquemos conclusiones demasiado temprano, no siempre se trata de herreros.

Cuando uno lleva suficiente tiempo en el negocio, tiene oportunidad de encontrar situaciones de casi cualquier índole. En cierta ocasión, un conocido de uno de los socios de la firma en la que yo desempeñaba mi labor profesional, solicitó que acudiésemos a salvar el mundo. ¿Recordamos el dicho de los motoristas? En esta ocasión, una vez más un sistema había sufrido un percance, el disco duro tenía un fallo mecánico y el directivo nos indicaba la importancia de recuperar la información almacenada en el mismo. Dejaré a un lado todo lo que supuso conseguir que el sistema quedase funcionando de nuevo. Llegado el momento de recuperar los datos, tras haber observado que disponían de un dispositivo para la realización de copias de respaldo, e incluso cintas seriadas y un documento con la planificación de rotación que le había proporcionado su anterior proveedor de servicios, resultó que no se realizaba el proceso de copias de seguridad. ¿Por qué? Pues es algo que aún no he logrado entender.

Una de las frases que uno puede escuchar cuando se encuentra en reuniones de padres es la necesidad de dejar que los hijos tropiecen, para que de esa manera aprendan por la experiencia sufrida. También está quién es de la opinión de que si se puede aprender por las vivencias de otros, no es necesario caer para aprender.

Por mi parte yo sigo intentando, en las distintas esferas de relaciones que me rodean, que las vivencias ajenas sirvan de algo más que de anécdotas. No creo que sea preciso llegar a la histeria, ni tomar las cosas por la tremenda. No es preciso que habiendo acabado de leer este artículo tengamos que hacer un pedido de dispositivos de almacenamiento que colme de alegría y beneficios a los fabricantes y distribuidores de los mismos, tan sólo dediquemos un par de minutos a considerar si hay algún dato o información que realmente consideremos importante y qué sensación nos produce saber en qué condiciones lo tenemos archivado.

Estoy seguro de que los tropiezos de los tres casos anteriores motivaron a sus protagonistas un aprendizaje, pero también está el dicho “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Espero que éste no se cumpla y que en mi interior no tenga que volver a pensar “No era tan importante…”.

La seguridad de nuestra privacidad

Vivimos en un mundo “conectado” digitalmente, en el que se distinguen distintos tipos de habitantes, principalmente aquellos que lo vieron “nacer” y los que han nacido como “ciudadanos digitales”.

Pero bien sea en el caso de los primeros por la forma en que se han relacionado habitualmente entre ellos o, en el caso de los segundos por esa confianza infundada de ser nativos, la cuestión está en que en muchas ocasiones se expone lo privado, propio y ajeno, ante el público en general, sin ser conscientes de estar haciéndolo o, peor aún, con indiferencia por el riesgo que entraña.

En la “prehistoria digital”, la gente más abierta se juntaba en parques mientras los niños o las mascotas jugaban, en bares para tomar una copa y poder departir con otros tertulianos, en asociaciones ya fueran culturales o de otra índole y allí, en un foro controlado, compartían historias sobre hechos acaecidos propios o de la familia y amigos. Había una “exposición” pública de la privacidad, pero con un alcance, que normalmente no era un problema, más allá de que a partir de ese momento podía ponerse en marcha la maquinaria de los chismosos y cotillas y, salvo que la historia tuviese meollo, raro era que llegase a más de tres pueblos de distancia. No es que no se obviase ya la privacidad propia, o que no se estuviese faltando a la privacidad ajena sin permiso del interesado, pero digamos que los riesgos eran en cierta manera “controlados” por el propio límite físico de la comunicación.

En la actualidad y, con el auge de todo tipo de redes sociales, las cosas han cambiado y mucho. Se tiende a publicar, sin ni siquiera controlar el alcance con el que se hace, todo tipo de detalles propios. Y lo que es peor, se publica información que atañe a terceros sin una mera consulta previa para ver si el interesado está por la labor. Está claro que ese ansia de ser “reportero” de tabloide es algo innato a muchos humanos, que se afanan por crear toda una serie de noticias sociales, más o menos interesantes, sobre el resto de mortales y de aderezarlas con la correspondiente información propia para mejorar la “calidad” de sus publicaciones.

Pongamos por caso ese afable amigo que nos hace una foto en una cena del grupo de antiguos alumnos y que luego, sin más, la sube a su perfil de Facebook. Y no contento con ello, nos etiqueta en la misma para que todavía sea mayor la probabilidad de que no se pierda entre la jungla de posts que a diario se publican en la red. A ver, que sí, que uno es consciente de que le han hecho una foto. Y que posiblemente, hasta esté agradecido si la misma se la hacen llegar por correo electrónico para poder tener un recuerdo de la ocasión. Pero ¿en qué momento ha autorizado que se le exponga públicamente en la red?

Este tema de publicar fotos de ajenos para la contemplación pública es algo que, al menos yo, no había visto tan extendido como en la actualidad. Con la salvedad de aquellos casos, en que los “amigos” de una pareja se dedicaban a colgar fotos de la misma por los postes del pueblo, indicando que se casaban y otras lindezas. Sinceramente, creo que esto de “colgar” fotos ajenas parece una moda que se nos ha ido de las manos. Parece como, si con el auge de los dispositivos que incorporan una cámara digital, la facilidad de uso de la misma y el coste insignificante de obtener capturas, todo el mundo se hubiese infundido de cierto “espíritu Cartier-Bresson”.

Quizá es necesaria una nueva asignatura en las escuelas y colegios, una asignatura en donde se complemente la enseñanza del uso de las nuevas tecnologías, con la enseñanza de la responsabilidad que supone el uso de las mismas y la necesidad del respeto a uno mismos y a los demás. Quizá sea necesaria la expedición de un carnet de ciudadano digital, que nos reconozca el conocimiento de lo que tan sólo debiera de ser usar el sentido común, y que sin el cual, no se nos permita transitar por este mundo digital.